¿Qué decir de Maradona que no se haya dicho ya? La verdad, poco o nada. Pero acá va un intento de traer otra mirada.
Decir que Maradona puso a Argentina en el mapa no resulta exagerado, en un mundo donde el fútbol es el deporte más popular, encendiendo pasiones, creando sueños y agitando rivalidades, con un ritmo frenético. Supo ser (muy a su pesar) el más imperfecto de nuestros dioses y el más perfecto de los futbolistas. Vivió una vida al límite, una vida de película; a veces tragicómica, a veces un musical alegre, otras veces un drama terrible, mil vidas en una. Objeto de admiración de una masa irreflexiva que está siempre sedienta de un mesías que nos saque de este lío permanente que vivimos como país, que nos eleve del barro de nuestra locura cotidiana, al menos por unos minutos, al menos por dos goles.
Sus acciones dentro de la cancha lo elevaron al paraíso de nuestros héroes, dándole el status de héroe supremo en un panteón nacional, en nuestro imaginario colectivo, repleto de incoherencias y contradicciones. Quién mejor que el pibe de oro para representarnos y presentarnos al mundo; un tipo que salió de la nada, de la pobreza más cruel y le hizo cosquillas al mundo con sus logros deportivos; un tipo que fuera de la cancha fue preso de adicciones, denuncias de todo tipo, misógino, ordinario y, por qué no decirlo, a veces violento. Un tipo que bancó abiertamente a algunas de las dictaduras más longevas del mundo (Castro en Cuba, Ortega en Nicaragua, Chávez y luego Maduro en Venezuela).
Y con todo esto, aun así, el Diego nos representó como nadie. Nos pintó de cuerpo entero, con todas sus miserias y sus virtudes. Nos mostró como somos, un caos permanente, repleto de contradicciones, ciclotímico, una montaña rusa permanente, pero con muchas cosas increíbles y dignas de ser contadas. Un país cruzado de las mismas incoherencias y contradicciones que los héroes de barro que enaltecemos en nuestro Olimpo criollo.
Por eso es que nunca termino de ponerme en el bando de los fervientes defensores ni de los que lo odian, aún en la muerte. No busco hacer apología de todas las conductas reprochables del Maradona fuera de la cancha pero tampoco busco enaltecerlo por sus logros deportivos. Sólo lo pienso como un tipo que, increíblemente, nunca encontró paz, ni la encontró en muerte, un pobre tipo a pesar de tener más plata de la que pudiera contar. Un tipo que fue preso de todo tipo de prisiones y pasiones, la adicción, la fama, la mala junta, los ‘amigos del campeón’ que buscaron sacarle toda la plata que ganaba, la separación de su familia, los excesos. Hasta fue utilizado políticamente, con el gobierno nacional organizando un velorio al que se sabía que iban a asistir miles en medio de una pandemia y después de una de las cuarentenas más estrictas del mundo.
Por eso y muchas cosas más, incluso en su muerte, Maradona representó a Argentina como lo que somos, un país contradictorio e increíble, que vive a un ritmo frenético.