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Fue interesante ser un fotógrafo sureño retratando atrocidades del primer mundo

Tengo un amigo un poco amargado que menosprecia los escritos que utilizan la familia, la historia del completo y la sopaipilla, Maipú o la vida de la población como elemento central de la narrativa en un escrito. Un buen ejemplo sería Richard Sandoval y toda esa movida de escritores periféricos. Y es que para mi amigo, un buen texto, fotografía, pintura o performance no debería depender de donde viene la persona que la creó. Para él, el texto es bueno o es malo y punto. El resto son excusas. Creo entenderlo un poco. Lo que creo que él no puede sentir, es que muchas de las reivindicaciones actuales poco tienen que ver con la razón. Como me decía una amiga una vez que llegué a casa triste después de una discusión con un amigo, no amargado pero si facho, que me había destruido en una discusión con datos sólidos. -La revolución no se ganará con argumentos querido Felipe-. 

El párrafo anterior de cierta manera es mi excusa para introducir mi conexión con la fotografía. En mi caso, fue mi tía Verito el primer acercamiento que tuve a una cámara cuando niño. Ella claramente era y es una persona sensible y en su juventud tuvo la oportunidad de canalizar esas cualidades en la fotografía. De hecho, la estudió. Pero vivir de eso en Chile tiene un componente de clase bastante importante. Conexiones, redes, mundo, equipos, son instancias reservadas para unos pocos. Y ella, como muchos otros, la tuvo que dejar de lado. Ahora, ¿cómo le explico eso a mi amigo? No se puede, porque hay que vivirlo, yo presencié el lento proceso en el que fue dejando de sacar fotos. Una vez con la idea instalada en mi subconsciente, cuando tenía doce años, mi mamá me regaló una cámara análoga. La sala de clase y mis compañeros de curso fueron mi primera temática.

Más tarde, los estudios y el amor fueron dibujando un camino caótico. De hecho en la última década he pasado más tiempo en el extranjero que en Chile. Mis necesidades actualmente se condicen más con las de un privilegiado. Esa es la verdad. Y junto a los viajes fui sacando fotos. Muchas fotos. Partí con retratos, porque tenía un lente de cincuenta milímetros y los paisajes no me entraban con esa amplitud. Sin haberlo imaginado termine viajando por países que tenía asociados por el resentimiento a los hippies y veganos amantes del yoga. Pero ahí estaba, cruzando la India de sur a norte. Había muchas cosas que contar, que mostrar, pero el lente solo me permitía retratar. Así que eso hice. Turquía, Nepal, y luego Australia como migrante altamente calificado para trabajos precarios. En el camino me di cuenta que en Melbourne me era muy difícil retratar. Y es que el ego y la preocupación de salir gordo, feo o simplemente mal en la foto hacía difícil abordar a una persona. Eso hizo que pasara a retratar canguros, ranas y koalas. Contrastaba con el recuerdo que me dejó la India de personas sonriendo después de posar voluntariamente para una foto. Luego me fui a estudiar a Estonia y ahí la cosa no hizo más que empeorar. Empecé a sacarle fotos a las sillas, al agua, árboles y de vez en cuando a personas. Eso también me hizo aprender, variar, salir un poco del retrato. Finalmente, el frío y la oscuridad me hizo escapar al sur. Así fue que terminé mis estudios en Toulouse al sur de Francia. Soy valdiviano y en la universidad en Santiago me decían sureño. Siempre he escuchado que el sur de Italia es la vida, lo mismo pasa con España donde los hippies, anarkos con perros y toda esa gente que bota la ola se reúne en Granada. Los hippies de Australia se supone que están en Melbourne y cuando recorrí la isla sur de Nueva Zelanda me encontré con uno que otro mochilero de poncho North Face. Tengo la teoría que el sur, independiente del hemisferio es el refugio de los sensibles privilegiados escapando del sistema.

Al instalarme en Toulouse ya tenía dinero para un nuevo lente, uno más amplio. Podía meter más cosas en la foto. Y ahora viene una de las cosas que más me gusta de la cámara. Y es que como resultado de cambiarme muchas veces de casa, ciudad y país en los últimos años tengo el alma un poco herida. Volver a empezar una y otra vez no es ninguna gracia. Sin embargo, cuando no tienes nada que hacer, nadie a quien llamar, puedes simplemente salir a caminar con la cámara, ella te acompaña, nadie te va a juzgar por andar solo. Andas fotografiando. Ese invierno del 2018 comenzó el movimiento de los chalecos amarillos en Francia. De pronto, tuve la ocasión de presenciar en carne propia las famosas habilidades de protesta francesa. Y con un lente nuevo. Sagradamente todos los sábados de ese invierno europeo de la navidad con frío, me fui a retratar el jaleo de las marchas. Fui testigo al principio de la incredulidad de la izquierda frente a un movimiento sin consignas complejas. Y es que vi pancartas sobre la salud pública, energía nuclear, feministas, salarios bajos, Macron te odio, precios del combustible y ecologistas. También presencié una violencia policial brutal, que claramente no esperaba ver en el país de la fraternidad. En Chile tenemos una idea sobre la sociedad francesa que poco tenía que ver con lo que veía. Tanques en las calles, granadas de luz con dinamita que destrozaban brazos y mutilaban manos lanzadas por la policía y personas perdiendo ojos, que dicho sea de paso es algo que se sabe poco fuera de Francia. También vi barricadas, las famosas imágenes de autos ardiendo, fuego, mucho fuego. Me dije -Vaya, tienen bien ganado su prestigio de revolucionarios, en Chile tenemos mucho que aprender-. Por otro lado, fue interesante ser un fotógrafo sureño retratando atrocidades del primer mundo. Invertir el rol del fotógrafo holandés captando el bombardeo a la Moneda o de los foto-reporteros franceses y alemanes retratando al dictador de turno en algún país africano. 

Toulouse & Paris (2018-2019)

Finalmente, después de terminar mis estudios en Francia tuve la oportunidad de continuar con un doctorado. Para ello tenía que volver y tramitar la visa de estudios. Viajé a Chile un par de meses para aprovechar de ver a mi familia en el sur. Fui citado en la embajada de Francia en Santiago el día 18 de Octubre del 2019 para dejar mis papeles. Como tenía pensado pasar solo unos días en Santiago para aprovechar el último tiempo en Valdivia, deje la cámara reflex que ocupa mucho espacio y tomé mi cámara analógica. Es bastante sencilla, pero hace su trabajo. Pensaba quizás retratar a un par de amigos que había hecho en la Universidad. Pero bueno, todos sabemos ahora que fue lo que pasó a partir de ese 18 de Octubre. Con la ciudad sitiada y sin buses al sur, un amigo me alojó en el centro por la estación Santa Ana. Por las noches veíamos televisión y nos angustiamos viendo el caos en cadena nacional. Pasamos tanto tiempo intoxicándonos de información que bautizamos el sillón como la trinchera. La rutina era trinchera, dormir y salir a tomar fotos hasta el toque de queda. Así por dos semanas. En tan solo un par de meses, ahí estaba,  de nuevo con tanques en las calles, barricadas, fuego. Más fuego que en Francia. Y pensé – Me cago, en Francia tienen mucho que aprender de Chile-. 

Santiago & Valdivia (Octubre 2019)

Una de las ventajas de sacar fotos con una cámara reflex digital, es que puedes tomar quinientas, mil, dos mil fotos en un día. Tienes más opciones si hay poca luz, zoom en algunos casos. Puedes sacar fotos malas. Pero con la análoga es otra la historia. De partida los rollos son caros y revelarlos tampoco es muy barato. En Francia había aprendido a revelar blanco y negro, pero en Chile las tiendas generalmente venden a color. ¿Problemas del primer mundo? Si. Pero tenía frente a mis ojos un momento histórico y la única cámara que tenía usaba rollo. Así que me gaste lo que tenía en fotografía. Un día, en una marcha me encontré con un compañero de la Universidad que me vio con la cámara y me pidió los datos del banco. Me depositó veinte lucas para que comprara más rollos. Y así fue como sagradamente partía a Plaza Dignidad a tomar fotos. Sin la capacidad de hacer zoom y con treinta y seis chances por carrete tenía que elegir muy bien los momentos. A veces cuando disparaban los balines que dejaron personas con los ojos reventados me ponía la cámara en la cara y sacaba la foto confiando en la estadística de que era muy difícil que me llegara uno y si lo hacía la cámara recibiría el impacto. En ambos países me ha tocado ver violencia policial brutal, pero con la cámara entras en una especie de trance. Te sientes un poco inmune, en mi caso me gusta acercarme mucho, ver los detalles y con la analógica me tenía que acercar aún más. Hay gente que se pone lentes de protección, pero con eso cuesta enfocar, se empañan. En Chile utilicé máscaras para el gas, en Francia no porque tenía miedo de que si era atrapado por la policía y me encontraban con una, me enviarían de vuelta en el primer vuelo con todo pagado. 

Santiago & Valdivia (Octubre 2019)

Al regresar me encontré en París con las protestas de la reforma a la previsión social de Macron a finales del año pasado. Pero ya estaba un poco cansado, saqué pocas fotos. Desde entonces dejé un poco la fotografía de protestas. Sin embargo, ambos acontecimientos me han hecho reflexionar sobre el rol de la fotografía. Desmitificar un poco la figura del fotógrafo, del artista y empoderarse un poco de ese espacio reservado a una elite. La idea del fotoperiodista de la agencia Magnum inalcanzable no puede más que generar distancia. Eso es lo interesante de nuestra época. La cantidad de gente tomando fotos en las calles, sin mayores estudios en el tema. Simplemente con las ganas y la vocación de entender que tal vez uno de tus disparos pueda aportar a la denuncia de injusticias. 

En mi caso, las marchas son momentos de andar solo buscando momentos. No puedo quedarme con amigos. Camino y camino todo el día buscando los momentos. Encontrarte con otros como tú, solos, con su cámara, tal vez igual de aburridos, deambulando buscando ese momento termina dando ánimos para continuar. Por otro lado, creo que hay una democratización material de la fotografía, aunque un amigo erudito me dice que una tal Susan Sotag hablo de esto más en profundidad para los curiosos. Las diferencias entre cámaras digitales finalmente son ínfimas y los precios son más accesibles. Estoy seguro que si mi tía Verito hubiera nacido unos años más tarde, habría sido una de tantas fotógrafas que salieron a denunciar. Porque esa es la otra gracia de esto, no necesitas una personalidad extrovertida, no se habla. Es la foto la que habla por ti.

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Felipe

Felipe, Me gusta la fotografia.

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